Romá Arranz, Doctor en Bellas Artes

“La obra de la artista posee la maestría de los que conocen el medio y no alardean de ello con rebuscados artificios técnicos. Hay una “facilidad”, una “normalidad” instalada en la superficie del cuadro que se apodera del espectador que cae de bruces, ante el buen hacer de Beatriz. Cuidado. No dejen que la comodidad de lo perceptivo diga algo así como “Esto ya lo conozco” y que la atención se disipe. No, ese azúcar que usted ve, es la primera vez que está frente suyo e intenta comer su cabeza.

Lejos de los fetiches, las pinturas de Beatriz, sus pinturas aparentemente inocuas, alcanzan a tener vida propia, ese átomo de insuficiencia que palpita gracias a los pigmentos y el algodón de la tela, explotan ante el individuo que las observa.

Puesto que en las escuelas imparten valores en sus aulas me gustaría que sus obras colgaran en las salas de profesores en el despacho del director.

En algunas escuelas sería la imagen del infierno, en otras las del cielo. ¿Qué extraño no?”